La sesión comienza con la toma de conciencia de las partes del cuerpo que se van a trabajar durante dicha sesión, de qué manera forman parte del esquema corporal y cómo se utilizan. Al mismo tiempo, el Rolfer puede observar al paciente en estática y dinámica para descubrir la estructura, las restricciones y los patrones de movimiento del paciente. A continuación el paciente se tumba en la camilla, donde el Rolfer manipula el tejido conectivo ejerciendo presiones que alcanzan diferentes niveles de profundidad. Una parte de la sesión puede realizarse sentado o de pie.
El Rolfing produce cambios estructurales y van dirigidos a mantenerse a largo plazo. Para conseguirlo, el sistema nervioso debe integrarlos sin percibir sensaciones dolorosas. Por ello, la cantidad de presión utilizada depende del estado en el que se encuentre el tejido y de la sensibilidad del paciente. Durante la sesión, el Rolfer pregunta al paciente qué sensaciones experimenta, así la presión puede ser modulada en función de la persona.
Además, durante la sesión se invita al paciente a participar con movimientos específicos que ayuden a la liberación de restricciones, reorganización del tejido y a mejorar la coordinación.
En la última parte de la sesión se exploran las diferencias entre el inicio y el término de la misma y su repercusión en la percepción, imagen, actitud corporal, coordinación y dimensión psico-biológica. Asimismo, trabajando en la conciencia corporal se desarrollan aspectos funcionales (respiración, sentado, de pie) y de movimiento (caminando o realizando otras actividades cotidianas) de manera que el paciente, entre sesión y sesión, pueda adquirir nuevos recursos para su uso cotidiano.